Un provinciano en la capital

Por Ernesto Landa

El reloj marcaba las 6:20PM en punto, hora en la cual debimos de haber sido llamados para abordar el avión. En lugar de haber sido invitados a subirnos a éste, nos indicaron que nuestro vuelo se iba a retrasar una hora más, pues debido al tráfico aéreo, no podíamos aterrizar a la hora estipulada.

En ese momento se empezó a respirar un aire de molestia por todos los pasajeros que esperábamos nuestro vuelo, unos más pacientemente que otros. Para mí no fue un problema, no traía prisa alguna, al contrario, tenía tiempo de sobra y qué mejor manera de perderlo que leyendo un excelente libro acompañado de un delicioso té verde y buena música. En lo que a mi concierne, esa hora se me pasó como un instante, aunque para otros fue como un eterno instante.

Llegó el momento de hacer la fila para poder subir al avión. En medio de gente molesta, apurada, estresada, empezamos a subir a éste. Todos se iban empujando. En verdad no lograba comprender el porqué del “acelere” de estas personas. Por ahí me dijeron que así son las personas de “allá”.

Sorpresa la que me llevé al momento del aterrizaje y desembarque del avión. Yo andaba con toda la calma del mundo, pero detrás de mí sentía como me iban pisando los talones para poder llegar más rápido a nuestro destino.

Al momento de recoger nuestras maletas aquello parecía un coliseo, una lucha a muerte por conseguir tu maleta y poder correr a conseguir el medio de transporte que más rápido te llevará a tu destino final.  Impresionado ante tal escenario, logré esquivar algunos obstáculos y pude agarrar mis maletas.

Influenciado por las prisas de aquél aeropuerto, llegué a toda velocidad a la estación de taxis. Fue el mundo de gente quién me guió. Sin saber a dónde me dirigía, me dejé llevar por el momento y por la multitud.

Logré mi objetivo inmediato, subirme al taxi. Estando ya ahí, indiqué mi destino final y deposité mi total confianza en aquél sujeto que ni conocía, el único factor que me convenció fue que él era oriundo de esas tierras, o al menos eso quería creer yo.

Recuerdo que en el momento en que el taxi salió del aeropuerto y se adentró a la ciudad, todo aquello que había vivido desde el momento de abordar el avión, ese “acelere”, se triplicó en el andar por aquellas calles.

Después de 30 minutos en el taxi y haber perdido mi confianza en el taxista, pues éste me perdió y tuvimos que hacer uso del GPS de mi celular, por fin logramos llegar al hotel. Exhausto por la aventura recién vivida, sin todavía poder comprender qué sucedía, fui invitado a cenar.

Eran las 11:00PM cuando salimos del hotel y caminamos rumbo a un restaurante, que muy amablemente la chica de recepción nos había recomendado. Exactamente 4 cuadras fueron las que caminamos, tal como se nos había indicado, y llegamos a nuestro destino “Café de Tacuba”.

A pesar de que incluso en el restaurante nos apresuraban porque ordenáramos de inmediato, pues cocina estaba por cerrar, disfruté mucho aquella cena. Fue la gente que me rodeaba y el lugar mis mejores acompañantes esa noche.

La vista desde el balcón de mi habitación.

La vista desde el balcón de mi habitación.

A la mañana del día siguiente decidí emprender una pequeña travesía, usaría el metro de la ciudad como medio de transporte. A pesar del miedo que tenía por todas las historias que había escuchado de éste, caminé hacía la estación más cercana y pidiendo ayuda logré abordarlo por primera vez.

Impresionado por el ritmo de vida tan acelerado que se siente al viajar en el metro, caminar por sus pasillos, transbordar de uno a otro, logré llegar a la estación que me llevaría al lugar que estaba buscando.

Al salir de ésta, siendo empujado por todos los usuarios que también iban de salida e incluso que corrían para poder entrar, logré poner un pie en la calle. No bastaron ni 30 segundos, mientras lograba identificar el lugar donde me ubicaba, cuando volvía a ser movido por toda la masa de gente que pasaba corriendo a mi alrededor.

Empecé a caminar por un boulevard, que metros adelante se convirtió en un andador. A lo lejos se escuchaba un murmullo, que se volvía más claro en medida que avanzaba. Eran cánticos religiosos, lo que indicaba que estaba muy cerca de mi destino.

Detuve mi andar, asombrado de la estructura que tenía frente a mis ojos. No recordaba nunca en vida haber visto un templo de tal tamaño. Entré e impactado por la grandeza de tal mausoleo empecé a recórrelo para conocerlo de principio a fin.

Posteriormente, me dirigí a otro templo que se encontraba justo a un costado de éste. Al entrar a este edificio antiguo, sentí un ligero mareo. Empecé a ver todo chueco, creí que por la altura de la ciudad empezaba a sentir estos síntomas. Al hablar con las personas que me acompañan, ellos también experimentaban lo mismo que yo, pero se debía a que esta iglesia se está hundiendo poco a poco.

Para regresar al hotel, volví a hacer uso del metro, pero en esta ocasión ya más tranquilo, pues sabía qué rutas tomar y dónde trasbordar. Pasé el resto del día conociendo el maravilloso centro histórico de esta hermosa ciudad. Y como todo provinciano en la capital, asombrado por todo lo que tenía frente a mí.

Me sentía peor que asiático en tour, pues de todo quería tomar foto. Sin importarme que la gente se diera cuenta que era foráneo, continúe conociendo la capital y fotografiándola hasta el más escondido rincón que encontraba.

Llegó la noche y fui invitado a salir a una de las zonas más “nice” de la ciudad. Acompañado de otros, emprendimos nuestro camino. Al arribar a nuestro destino, acompañados de una lluvia torrencial, empezamos a caminar en busca del mejor bar.

Pasaron más de 45 minutos y seguíamos vagando por las calles de La Condesa, sin poder entrar a ningún bar, pues todos estaban más que llenos. Empapados y un poco decepcionados, terminamos yendo a un restaurante pequeño y sorpresa que nos llevamos, pues nos la pasamos mucho mejor que si hubiéramos ido por unas simples “chelitas”.

Dieron las 10:00AM del siguiente día. Recibí varios mensajes invitándome a desayunar a un restaurante muy famoso, justo en el centro de la capital. Decidí ponerme de pie, meterme a la regadera e ir a dicho lugar.

Al momento de dirigirme al restaurante, volví a ser presa de la multitud que a toda prisa recorría por el andador por el cual yo iba. Entre empujones y pisotones, a los cuales me estaba empezando a acostumbrar, logré llegar. Ya todos me estaban esperando.

Estábamos empezando a ser invadidos por aquel “acelere” que se respiraba. Tomamos nuestros alimentos más rápido de lo común y decidimos conocer un poco más de esta hermosa ciudad.

Impresionados por todo lo que nos rodeaba, recorrimos diferentes puntos turísticos. Conocimos un poco más acerca de la historia de la capital y de nuestro país. Subimos más de 44 pisos para poder visualizar la ciudad desde uno de los 50 edificios más altos del mundo.

Estando en las alturas y ver todo “desde arriba”, vi a todos como pequeñas hormigas que se mueven las unas a las otras. No lograba distinguir caras, pero sí pequeños puntos que se movían en una velocidad increíble. Del otro lado pudimos disfrutar del caos vial, sin poder ver dónde éste empezaba, ni dónde terminaba. Así es como recuerdo mi estancia por la capital, disfrutándola desde 188 metros de altura.

Al día siguiente, ya acostumbrado al ritmo rapidísimo de vida, tuve que emprender mi camino de regreso a casa. Justo lo que me sucedió al abordar el avión de ida, me pasó en el avión de regreso, pero ya no había ese “acelere”, ya nadie empujaba, todos pacientemente entrábamos de uno por uno.

Aquel ritmo de vida desapareció al momento de dejar tierras capitalinas. Todo volvió a la normalidad en el momento en que los provincianos tuvimos que emprender camino de regreso a casa.

Acerca de Ernesto Landa

Adicto a las redes sociales de Twitter (@ernestotuitero) e Instagram (@ernestoinstagramero) pues me gusta mantenerme en contacto con el mundo exterior, aunque sea por Internet. Egresado de la licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación, con especialidad en Periodismo en el Siglo XXI, de la Universidad del Valle de Atemajac, en Guadalajara, Jalisco, México. Aprovechando este espacio como un lugar de esparcimiento y recreación para mi mente y dedos.
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